Prueba de Cariño

Creci sabiendo bien que era una nina diferente, y detestaba que asi fuera. Naci con el paladar hendido, y cuando empece a asistir a la escuela, mis companeros me hicieron comprender cual era mi aspecto a los ojos de los demas: una chiquilla con un labio desfigurado,de nariz torcida, dientes asimetricos y hablar confuso.

Cuando mis companeros me preguntaban "que te paso en el labio?", les contestaba que habia sufrido una caida y me habia cortado con un pedazo de vidrio. Me parecia mas aceptable haber sufrido un accidente que haber nacido distinta. Estaba convencida de que nadie, fuera de mi familia, podria tomarme carino; que ni siquiera podria simpatizar conmigo.

 Y por ese entonces pase a segundo ano e ingrese en la clase de la senora Leonard. Todos adoraban a la senora Leonard. Nadie, sin embargo, llego a quererla mas que yo. Y esto por una razon muy especial.

Vino el dia en que se practicaban las pruebas auditivas anuales en la escuela. Dificilmente alcanzaba yo a oir
con uno de mis oidos, y no me sentia dispuesta a permitir que advirtieran otro problema que me haria aparecer diferente. Asi pues, hacia trampa.


La "prueba del susurro" requeria que cada nino se acercara a la puerta del salon de clase, se volviera de lado y se tapara uno de los oidos con un dedo; luego, la maestra susurraba algunas palabras desde su escritorio, y el nino debia repetirlas. En seguida se repetia para el otro oido.

Como nadie comprobaba si el alumno tenia bien tapado el oido, yo fingia que me lo tapaba. En esa ocasion, como de costumbre, yo fui la ultima; pero durante toda la prueba me estuve preguntando que podria decirme la senora Leonard. Sabia que la maestra solia murmurar: "el cielo es azul" o "tienes zapatos nuevos?"

Por fin llego mi turno. Volvi hacia la senora Leonard mi oido defectuoso al tiempo que me tapaba el otro firmemente con el indice, que luego retire un poco, lo necesario para poder oir. Espere, y percibi las palabras que sin duda Dios puso en los labios de la maestra, cinco palabras que cambiaron mi vida para siempre.

La senora Leonard, la maestra que yo adoraba, dijo suavemente:

"Quisiera que fueras hija mia".

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